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Rutas turísticas : EL PARQUE HORNOPIRÉN

Agosto 24, 2016



Luis Vargas nos lleva 100 metros de ventaja desde el principio. Nos dijo que el trayecto al lago General Pinto Concha demoraría solamente cuatro horas, aunque él lo completaba, por lo general, en solamente dos horas y media. Y no es porque sea un súper atleta o que su ventaja radique en que el tipo sea nacido y criado en la zona. Hay más que eso. Luis es el único guardián del parque, el cual lleva trabajando para CONAF los mismos 15 años que tiene esta área protegida.

PARQUE HORNOPIREN

El Parque Nacional Hornopirén se ubica en la comuna de Hualaihué, vecina a Río Negro, y posee una extensión de 48.232 hectáreas. Entre sus distintivas características el sector posee los volcanes Yates, Apagado y Hornopirén; los lagos Cabrera, Pinto Concha e Inexplorado y el principal afluente de la zona: el Río Negro.

Vargas trabaja junto a Andrés, su padre de 67 años. Entre ambos mantienen la única ruta, la dificultosa ví a que abre los ojos del visitante a paisajes de fábula.

La Colina
Para avanzar hacia las puertas del parque hay que caminar y no es un trayecto fácil. Debido a las lluvias, el barro se transforma en una constante y eso no es el máximo problema, ya que el lago General Pinto Concha está a una altura de 800 metros sobre el nivel del mar y uno comienza prácticamente de cero, por tanto hay que subir.

El trayecto desde la ciudad de Río Negro a Huailahué es apto para cualquier vehículo y se puede estacionar a las puertas de la hermosa casa del guardabosques. Desde ahí comienza la caminata por predios privados, internándose entre pequeños montes cubiertos absolutamente de vegetación tupida y generosa. Unas pocas casa acompañan la ruta hasta el comienzo del parque, unos cuatro kilómetros en total, que están condimentados con la ya mecionada ascensión.

Hay que tener buen estado físico. Por lo menos no ser dueño de un abdomen generoso, causal que provocó la rápida deserción de uno de nuestros acompañantes ante la colina de 200 metros uno topa a los 15 minutos de travesía.

Por más que uno quisiera salvar el obstáculo es imposible no hacerlo con la sensación de una cabra de cerro o un gato montés. Pero luego de éste, el camino se hace más regular, pero siempre en subida y con grandes dosis de barro y la ya reconocible velocidad del guía. A pesar de ello no limita en uno la maravilla de encontrarse en tierras vírgenes, zonas donde la naturaleza se levanta majestuosa y perfecta en bosques de luma, ulmo, tepa o coigüe.

Bienvenidos al Parque
Sentimos las voces de los que ya habían llegado primero a la “portería” del Parque. Un inmenso cartel de madera, que quien sabe cómo lo llevaron hasta allá, da la bienvenida a la reservación propiamente tal. Y más allá de la señal, la real bienvenida la da el comienzo del bosque de alerces. Árboles milenarios y magníficos que se elevan por más de 20 o 30 metros sobre el suelo, de manera recta e impecable. Según Luis, unos botánicos extranjeros le indicaron que los árboles tenían entre dos y tres mil años de antigüedad. Suficiente tiempo como para quedar mudos de admiración al tener un verdadero “dinosaurio” entre nosotros, mostrando su tranquilo poder y su crecimiento matusalénico.

El viaje se torna boscoso y mágico de tanto alerce que nos acompaña. Cada árbol posee cerca de dos metros de diámetro y aunque se encuentra protegido por ley, en la zona aledaña al parque han sido arrasados por el alto valor de su madera. Este bosque es un sobreviviente y un tesoro nacional.

Aún con ello, la poca promoción del Hornopirén dentro de la región (no posee ni siquiera un folleto) lo ha convertido en una zona anónima para el turismo ya que en total de la temporada solamente 150 personas, en su mayoría extranjeros, lo habían visitado. Intereses comerciales de grandes empresas turísticas, incluida la familia Tompkins, quieren hincarle el diente a sus bondades, nos cuenta Vargas, pero aún no hay nada concreto.

La Casa y el Lago
Lentamente, comparado con el paso de nuestro anfitrión, el ascenso al lago General Pinto Concha se materializa. Al llegar, una hermosa cabaña enteramente construida de alerce y al más puro estilo chilote nos acoge y entre mates y panes amasados, Andrés Vargas, el padre del guardaparques nos relata que la construcción de la casa demoró solamente un mes y que los únicos materiales exógenos fueron los clavos y los vidrios. En efecto, todo en su interior, léase camarotes, asientos, mesa, pertenecen al famosísimo alerce, pero a no alarmarse ya que su uso fue de los árboles que se encontraron caídos por motivos naturales.

La cabaña es la antesala del magnífico lago que flota sobre los trabajosos 800 metros de altura, en su interior no hay peces, por lo que sus aguas son especialmente proclives a los deportes acuáticos de bajo impacto. Rodeado de laderas montañosas y llenas de bosques, el lago encandila al visitante. CONAF está construyendo una ampliación en la zona de camping del área, además de una ruta que lleve a la cumbre del volcán Yates, a unas 4 horas más de distancia, que corona la vertiente norte del Pinto Concha.

Solo basta caminar un poco para darse cuenta de la perfección y silencio que reinan en el corazón del parque, hogar de una fauna diversa y rica que cuenta a pumas, zorros, cóndores, pudúes y hasta ardillas, las cuales se han convertido en plaga de nuevos sectores del Hornopirén.

Se termina la expedición y volvemos con un aire nuevo en pulmones y mente. Admirable, por decir lo menos, la dedicación de este par de hombres que cuidan un área tan grande como si fuese una extensión de su vida. Conocedores de cada rincón, de la meteorología, de historias diversas, locas y magníficas de su vida en tierras libres.

Luis felicita a mi novia por su caminata, mientras a los hombres nos mira en menos por lentos. Unas cuantas caídas por efecto del barro y la risa burlesca de Vargas en mis oídos, mientras me rebasa con su paso raudo y orgulloso. No importa nada, estuvimos en un lugar vivo, virgen y al alcance de la mano para cualquier aventurero con ganas de algo más.