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Viaja y conoce San Pedro de Atacama

Octubre 24, 2016



Mucho se puede hablar de San Pedro, de sus bellezas conocidas, de sus múltiples restaurantes, de la abrumadora perfección del desierto de Atacama. O de que es uno de los lugares más preparados para el turismo internacional del país y de que su museo, obra del padre Le Paige, es uno de los más completos de Sudamérica en su especialidad.

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Pero la esencia de San Pedro de Atacama es profunda. Tanto como el amasijo de sensaciones que provoca caminar por sus polvorientas y tranquilas calles, en medio de turistas de todas partes del mundo mezclados con las miradas indagadoras de los atacameños, dueños por derecho propio del lugar.

Mundos Mezclados
San Pedro se encuentra a casi 2500 metros de altura y desde tiempos inmemoriales ha sido centro de grandes culturas indígenas. De hecho, los vestigios humanos en la zona corresponden a la inimaginable data de 11 mil años A.C. Posteriormente la cultura atacameña hace su aparición dividiendo la comarca en Ayllus, mini zonas unidas por parentesco, en que los cultivos cerca de las fuentes de agua dieron fuerza a la civilización. En el año 1450 fueron invadidos por los Incas quienes hicieron de la zona un gran centro administrativo y comercial.

La riqueza histórica atacameña aún se mantiene con fuerza y es visible en los rostros de sus habitantes. Aunque se encuentran en su zona, han optado por salir del centro de San Pedro y dejarlo al explosivo aumento de servicios turístico que se puede encontrar alrededor de la plaza y de la calle Caracoles. La mezcla de mundos contrastantes han llevado a que los atacameños sientan resquemor por la invasión turística y un fortalecimiento de sus tradiciones. Ejemplo de ello se puede encontrar en el fervor de sus misas dominicales, en las decisiones del todopoderoso Consejo Atacameño o en las limitantes que se pueden obtener al querer participar en alguna de sus festividades.

No es para menos, ya que la llegada de gente extraña y que apareció para quedarse es pan de cada día. Así se entiende el celo.

Muchísimos santiaguinos y extranjeros han tomado como su nueva morada San Pedro y eso también es entendible. Un oasis hermosísimo, lleno de tranquilidad provinciana, un lugar de confianzas en que la bicicleta es el transporte por excelencia y en que los “hola” se multiplican a medida que pasan los días, es difícil de abandonar. Gente que llega por tres días y se queda dos semanas, personas que vienen con 10 mil pesos y luego se quedan por más de tres años son ejemplos constantes. Y con ellos viene un mundo extraño y citadino que se une a la tranquilidad de las montañas, generando nuevos negocios que afloran en un destino en que se ven cada vez más “gringos”.

Naturaleza Eterna
Pero quien es el motor de estas extrañas uniones de seres humanos, quien atrapa las miradas y calla corazones es la Naturaleza.

Gigante, arrolladora y sublime, linda con San Pedro por los cuatro costados, comenzando por la hermosísima cordillera de Los Andes y con el omnipresente volcán Licancabur, que no alcanza a besar los 6 mil metros de altitud.

Pocos partes en Chile tienen la posibilidad de dar al observador el magnífico espectáculo natural de montañas gigantes, atardeceres inolvidables en que el paisaje muta camaleónicamente o, con suerte, ver estrellas fugaces que caen gigantes y anaranjadas en medio de noches mágicas.

Los cielos cambian de rato en rato y durante el verano transforman días soleados en aguaceros provenientes del invierno boliviano que, con rayos y truenos mediante, sacuden el calor habitual del poblado.

Desde San Pedro es posible visitar decenas de lados distintos comenzando por el clásico valle de la Luna que, con sus formaciones de rocas salinas, acerca la posibilidad de caminar por territorios selenitas.  La cordillera de la Sal, vecina a al valle de la Luna, es un espectáculo en sí mismo al poder avanzar por cornisas que se meten hacia el desierto como en una pasarela sin espectadores y en que la vista en 360 grado exuda potencia y soledad.

Mención aparte es el valle de la Muerte en que en sus dunas se puede practicar el sandboard una y mil veces mientras las piernas den. Mientras que al callar se siente el verdadero silencio. Ese que cala los huesos, ya que aquí no hay nada más que los cerros, arena y sus impresionantes formaciones.

Otros destinos cercanos es la antiquísima Aldea de Tulor, con sus edificaciones circulares de 3 mil años A.C o la magnífica Garganta del Diablo con sus cuevas subterráneas y miradores abruptos sobre los cerros. O la laguna de Cejar con sus salobres agua que harían flotar hasta al más inexperto
nadador. O a Toconao y los salares de Atacama. O al Tatio. O el grandiosos pucará de Quitor. Todas maravillas que se descubren y que están llenas de historias, personajes, conversaciones y momentos inolvidables.

Si tiene la suerte de estar presente en fechas de luna llena, no se pierda por nada el hechizo de esas noches. Elija cualquier zona mencionada antes y espere el milagro de ver la sencillez de lo natural y que ha maravillado a tantos, durante tanto tiempo.

Las Noches de Saint Peter
Cae la noche y nadie quiere dormir. La calle Caracoles se llena de gente que se pasea por la decena de locales que abren sus puertas desde temprano.

Si bien San Pedro no es un destino económico (una cerveza de 200 cc por $1000 pesos), se compensa en la onda de cada uno de sus bares-restoranes. Construidos de barro, con paredes hermosas, fogones en medio de patios abiertos y con sillas y mesas de madera, lugares como La Casona, el Enkanto, el Adobe, El Milagro, La Estaka, El Étnico o el Export, prometen conversaciones con gente que nunca se conocieron y que salen como los mejores amigos. No tanto por los grados alcohólicos en la sangre, si no porque las ondas son las mismas. El mismo amor por el lugar, vidas parecidas y muchos viajeros sempiternos intercambiando datos o bailando arriba de las mesas desenfrenadamente.

A pesar de que los locales deben cerrar a las 2 AM, siempre hay algún lugar donde seguir la caravana y es posible encontrarse, sin saber como, en plena fiesta tecno a un costado de la carretera en casa de quién sabe quién con gran parte del pueblo los que a la mañana siguiente le saludarán como a un vecino más.

Los Clásicos de San Pedro
Sin embargo no se pueden dejar de lado en esta crónica los lugares que le han dado fama al pueblo y que son parte del patrimonio nacional.

Comencemos con la Iglesia. Monumento Nacional y terminada de construir, su actual edificación, en el año 1745. Su afamada torre es del año 1890. El espectáculo es en su interior porque la construcción de sus vigas es en madera de cactus  y sus paredes son de adobe. Las imágenes de su interior son bellísimas y realizadas con el estilo español de la época.

A un costado se encuentra la plaza de San Pedro, recientemente reconstruida, lo que ha provocado críticas de parte de los visitantes. Hecha con piedras de Toconao y cercada por añosos pimientos que le dan sombra a los acalorados transeúntes. Espectacular para una siesta de mediodía.

Y al costado de esta se halla el Museo Arqueológico del padre Le Paige, quien recibe a los visitantes con un monumento póstumo a un costado de las instalaciones. Acá es posible dar cuenta de la inmensa cultura atacameña prehispánica y el tremendo sacrificio de recopilación y búsqueda que significó para el sacerdote. Llegado en 1955 a San Pedro, dos años después inauguraba en su casa parroquial el primer bosquejo de museo con piezas encontradas en los alrededores.  Desde 1963 se da el vamos al edificio actual que cuenta con más de 380 mil piezas incluyendo objetos de oro, cerámica, cestería, metales, textiles, piedras y tallados en madera, las que están distribuidas en diferentes zonas de exhibición, entre ellas, la Sala del Tesoro. Imperdible.

Tanto como el cementerio municipal que se encuentra a un costado de la cancha de fútbol, de tierra por supuesto. O la feria artesanal, cercana a la plaza, en que se muestran los tejidos clásicos del altiplano o en que se pueden disfrutar pequeños grandes placeres como las barritas de maní, típicas de la zona.

Incluso es posible llegar al surrealismo al encontrar tres días a la semana a un señor que vende, en su triciclo, ceviches frescos por mil pesos. ¡En pleno desierto! O si es de corrientes más espirituales podrá experimentar un San Pedrito en San Pedro (si sabe a lo que me refiero). O juntarse con sus amigos a disfrutar ver pasar el día en uno de los tantos campitos cercanos al pueblo con picnic y frazadas hasta que llegue la noche y las infinitas estrellas, de uno de los cielos más limpios de Chile, inunden la vista y manchen el cielo con mil formas distintas.

En suma, mucho más que palabras es San Pedro de Atacama. Es una experiencia que atrapa o rechaza al visitante inmediatamente, como cuenta una extraordinaria persona avecindada por años en la zona.

Si a usted lo acepta, sepa darse tiempos y ver más allá de las maravillas clásicas que se entregan en bandeja a través de las agencias turísticas. Dele un lapso más largo y menos estructurado y la magia aparecerá. Tan seguro como aparece el sol cada día en el desierto más hermoso del mundo.