“¿Para qué quiere ir para allá si es solamente campo?”, interpela un carabinero de Vallenar ante la pregunta del afuerino, cargado con mochila, que quiere saber dónde está la locomoción que lo acerqué a San Félix. “Por eso mismo”, le contesto.
En pleno valle del Carmen, más conocido porque un pisco lleva su nombre que por otra cosa, se esconde un pueblito bello, tranquilísimo y con un aire cordillerano magnéticamente potente.
Tan sólo a 63 kilómetros separan a San Félix de Vallenar. Famoso desde tiempos coloniales por sus brebajes, sorprende desde la entrada con su viento fresco en medio de imponentes cordones montañosos.
Inmediatamente bajando del bus, la visión de una pequeña y bella plaza (de esas antiguas en que aún se preferían las áreas verdes por sobre las explanadas de cemento), es coronada por una iglesia de antigua data.
Las calles de tierra, las casas de adobe con zaguanes o los hermosos jardines que verdean el valle, en suma, no son más que la evidente generosidad de su pueblo. La gente que, desde el primer momento hacen sentir al visitante toda su cordialidad, mezcladas con las atracciones culturales y naturales hacen de San Félix el punto de partida para recorrer un valle que esconde historias, secretos prehistóricos y una mágica paz.
Horcón Quemado
“Cuenta la tradición que en tiempos coloniales se levantó en el lugar un grueso horcón para ajusticiar a los saqueadores que asolaban el valle. Este poste con su extremos de dos puntas fue quemado posteriormente y dio su primer nombre al poblado…”
Así reza la leyenda de la casona que se encuentra en San Félix y que cobija la fábrica del pisco “Horcón Quemado”, uno de los principales atractivos de la zona. Para los conocedores del licor, una especie de mito viviente.
Sus dependencias se ubican a dos cuadras de la plaza, donde Francisco Mulet, nieto de Bartolomé Mulet, fundador de la pisquera, recibe a los visitantes en una hermosísima casa colonial.
Proveniente de Mallorca, el abuelo Mulet luego de mucho viajar se instala en el pueblo y compra tierras para el cultivo de vides y se trae un viejo alambique francés, con doble torreón de destilación, que funciona desde 1909 hasta hoy.
Trabajado artesanalmente durante años, recién en 1974 se convierte en embotelladora creando una verdadera leyenda en los piscos chilenos. Don Francisco explica que durante años la venta transcurrió de “boca en boca” y que las más de 85 mil botellas que salen anualmente al mercado son producidas por 17 trabajadores.
Visitando la fábrica, en medio de barricas de madera, el olor inconfundible de las uvas maceradas, se muestran los distintos pasos que sigue la producción desde el grano de la vid hasta convertirse en uno de los licores más preciados del país, pasando por el alambique traído por don Bartolomé.
“Mi misión no es conservar la calidad del pisco, si no que mejorarla”, indica don Francisco, mientras saboreamos una copa del licor con ese aroma especial producto de las uvas del valle y de las aguas del río del Carmen.
El Sendero de Chile
Uniendo pueblos, cruzando cordones montañosos y con admirables vistas, esas son las promesas de uno de los primeros tramos completamente implementados del sendero de Chile y que con 41 kilómetros traza un antiguo camino desde San Félix hasta la quebrada de Pinte.
Desde este año es posible transitarlo a pie, caballo o bicicleta encontrándose con majadas de arrieros; zonas con alturas de hasta 3000 metros y variados lugares de camping. Recomendada para dos o tres días de caminata, el atractivo principal radica en su bellísimo entorno natural, rodeado de cerros y vegetación cordillerana. De la soledad que es posible vivir y de los vestigios prehistóricos como fósiles que es posible localizar en la profunda quebrada de Pinte.
El Mejor Tesoro: Su Gente
Tanta maravilla y espectáculo que otorga la madre tierra, son completados con la riqueza humana del pueblo de San Félix. Para un citadino es un oasis en donde es posible encontrar aún muestras de sencillez y hermandad con los desconocidos. Desde la abuela que es dueña de una de la residenciales frente a la plaza y que cuida a sus clientes como nietos, hasta cuando en los restoranes locales se ofrece, como honor, un bajativo del afamado pajarete local.
No hay rostros desconfiados, no hay prisas, ni menos quien desee aprovecharse de la buena voluntad de los habitantes del valle. Como en una burbuja, alejada de la modernidad presurosa que contagia al país, San Félix invita a la reflexión, a la calidad de vida campesina y, por sobre todo, a respirar un aire profundamente puro, magnético y aún virgen.