
La micro que sale desde el centro de Viña del Mar recorre una geografía litoral llena de edificaciones de altura que se desperdigan por Reñaca. Pero luego de unos 30 minutos toda la urbe se vuelve pueblo, las casas de un piso dominan las ondulantes laderas y pareciera que la vida de barrio existiese en el sector desde siempre. No se ve el mar pero se huele.
Una vez abajo del bus un lugar singular se abre ante los ojos. Concón parece fuera de los estereotipos costeros. Es un todo, una majamama y un encanto. Dos ancianas, Laura y Elena, son el primer contacto con la gente de este lugar. Una de ellas es la doña que hace las coronas florales para los muertos. Rápidamente me hacen saber de los mejores puntos para comer. Este pueblo es uno de los datos más afamados de la zona de Valparaíso para venir a degustar mariscos y pescados.
Playa Post-Industrial
El paisaje de Concón es una postal del siglo XX. La refinería de Ventanas se ubica a las espaldas de la localidad y es visible desde varias de sus calles. Chimeneas, edificios acerados, humo y actividades petroleras son distinguibles. Fascina la mirada esa antitesis de la naturaleza. Es raro, pero aunque no es bello, asombra y termina gustando.
Afortunadamente, para los placeres de la mesa, dicha imagen queda atrás y se vuelve contra la playa de Concón y la desembocadura, lugar completamente distinto y muchísimo más natural.
Según el dato de la señora de las coronas el lugar ideal para comerse un buen mariscal es “La Joya del Pacífico”, casona pintada de azul arriba de una pequeña colina, en pleno barrio residencial. No obstante el antojo va por otro lado: las empanadas. Concón se autodefina “Capital Gastronómica de Chile” y tentaciones gastronómicas no le faltan para tan alta nominación. Una de sus más famosas cualidades son la empanadas y el lugar emblemático para comerse alguna es el local “Las Delicias” en la Avenida Borgoño.
Con 40 años de tradición, uno de sus dueños, Manuel Lagomarsino, fue uno de los clientes habituales del restaurante hasta que hace dos décadas invirtió y lo compró. Con un promedio de mil empanadas vendidas diarias, hay que probar alguna de sus especialidades de pino de locos, mariscos, camarón, ostión, jaiba, etc, etc, etc. Todas se acompañan con cervezas artesanales entre las que destaca la stout “Del Puerto”. Ideal.
El Humedal
La Avenida Borgoño tiene una buena cantidad de restaurantes para todos los precios y con especialidades marinas. Punto alto es la cercanía a la playa y a la desembocadura del río Aconcagua dónde está ubicado uno de los humedales más importantes para las aves migratorias que pasan por Chile. Los “humedales” son tierras inundadas por agua y que, por lo general, sirven de hábitat para la avifauna.
Desde lejos, pisando la arena, se vislumbra un gran número de pájaros que descansan en las orillas del delta del río o que planean por la superficie del mismo. Más de 70 especies migratorias convierten este punto en parte de su transitar intercontinental, por lo que el cuidado ecosistémico es prioritario. Debido a la cercanía con las refinerías, el 2002 un escape de petróleo provocó una catástrofe ecológica inédita. Como medidas reparatorias ENAP, en conjunto con la comunidad, generaron la creación del Parque Ecológico “La Isla”, que preserva el hábitat de gaviotas dominicanas, pelícanos, gaviotines de Franklin, pollitos de mar, plateros, zorzales, loicas y pipelenes, entre otras. Es un lugar ideal para amantes de las aves y fotógrafos.
Rumbo a Playa Amarilla
Desde acá se puede realizar una caminata costera como pocas en la zona. Pegado al mar, por una pequeña senda peatonal que avanza por la Borgoño al sur, enfrenta al oleja con el espectador, mientras por la mano izquierda hay variados tipos de casas, casi todas muy lindas.
A pocos minutos se ubica la caleta San Pedro, hogar de los pescadores de la zona. Es un pequeño muelle de hormigón, con faenas y botes artesanales. Al frente hay un restaurante, adornado a la usanza marinera: “La Picá de San Pedro”. Es un deber entrar. Empotrado en un segundo piso, tiene espléndida vista al mar. Lo mejor la “Paila Marina”, verdadero manjar lleno de mariscos, y la atención de su gente.
Si el ánimo post patache está aún dispuesto a descubrir más rincones de Concón, se puede seguir caminando rumbo a Playa Amarilla, una de los más destacados balnearios de la comuna. Con gran infraestructura, cuenta con terrazas, baños, camarines. Además de una excelente calidad de sus arenas y tranquilo oleaje. Ideal en esta temporada es para transitar tranquilo o aprovechar de correr, como lo hacen algunos residentes. En verano es uno de los mejores puntos para nadar tranquilo.
Atardecer en la Roca Oceánica
La caminata continúa hacia el sur. El océano se vuelve más embravecido, mientra a la derecha se elevan el campo dunar de Concón. Un ecosistema de arenas que han estado ahí por siglos y que tienen, en su interior, una exquisita flora y fauna. El lugar fue declarado Santuario de la Naturaleza en 1993 y puede ser visitado mediante una esforzada ascensión. Hay posibilidades para la práctica de algunas actividades como parapente o sandboard. Desde las alturas la vista del Pacífico es bellísima.
A poco andar se encuentra una pequeña salida de tierra sobre el mar, una mini península llamada “Roca Oceánica”, en la cual hay pequeños senderos que se adentran hacia el mar. En el sector hay mucha vegetación y una nutrida avifauna que le valió ser reconocida como Santuario de la Naturaleza en 1990.
Desde los roqueríos que limitan su geografía se visualizan impresionantes vistas de Valparaíso y Viña del Mar. Cuando el sol comienza a desaparecer en el horizonte, los momentos se vuelven mágicos. Mucha gente se reúne a observar la llegada del anochecer y a fotografiar el momento. Una escultura solitaria con un pez que marca los puntos cardinales, se transforma en el ícono de despedida, llega la noche y con ella Concón comienza a descansar. Las luces y la bohemia se trasladan nuevamente al puerto.