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Mercado Central de Santiago

Septiembre 1, 2016



Amigo centenario de los trasnochadores que requieren algo para “arreglar” el cuerpo ante la llegada de las primeras luces de la mañana, las puertas del Mercado Central de Santiago acogen a una serie de madrugadores que desde hace décadas han hecho de este edificio uno de los imperdibles del centro de la capital.

Mercado Central de Santiago

En pleno barrio Mapocho, entre clubes nocturnos, el incombustible Bar Democrático, alias la “Piojera” y nuevos edificios de dudoso gusto, la arquitectura del Mercado Central se erige como uno de los sitios en extinción de la metrópolis y que denota el especial gusto y cuidado que los habitantes de la cuenca tenían por su estilo de vida a finales del siglo XIX.

Vicuña Mackenna, Aldunate y Vivaceta
Fue Bernardo O’Higgins el que determinó utilizar esta zona de Santiago como el emplazamiento en que se colocaría una sencilla pero útil Plaza de Abastos. Este lugar antes de 1817, fecha de su inauguración, era un sitio eriazo y que los vascos utilizaban como cancha de pelota.

Con esta iniciativa  el libertador quiso despejar de pequeños puestos de abarrotes, verduras y peces, la plaza de Armas. Todo bien hasta 1864 en que un incendio devoró las instalaciones.

“No hay mal que por bien no venga” debieron haber pensado las autoridades de la época y en el sitio del siniestro comenzaron a cimentarse las ideas de progreso que fueron predominantes a finales del 1800.

Fue encargado el diseño de un nuevo mercado al arquitecto Manuel Aldunate, creador de los planos del Parque Cousiño y del diseño del Cerro Santa Lucía. “Enfrentando la necesidad de cubrir grandes espacios, Aldunate aprovecha los recursos técnicos derivados del aporte de estructuras metálicas, de reciente introducción en Chile, y proyecta un núcleo central con una estructura metálica techada de 46 metros por lado. Cierra este espacio cubierto, en sus cuatro costados, con una construcción corrida en albañilería de ladrillo, dividida en locales de venta y perforada en el centro de cada uno de sus lados por un zaguán de vanos en arco de medio punto. Esta gran estructura metálica, de excelente diseño y embellecida por motivos decorativos, fue fundida en Inglaterra”, señala Susana Simonetti, en el sitio del Consejo de Monumentos Nacionales.

El encargado de llevar a cabo el proyecto fue el arquitecto Fermín Vivaceta el año 1868. Cuatro años más tarde el intendente Benjamín Vicuña Mackenna inaugura la edificación con una muestra artística y pictórica. El Mercado Central llegaba para no irse más.

Delicias del Mar
Junto a la escultura de bronce de Carlos Lagarrigue (1915), que se ubica al centro del Mercado, se puede observar con justeza y profundidad la vida incesante de este lugar. Casi como un oasis culinario o una dimensión paralela a la modernidad del siglo XXI, los puestos del contorno de la plaza central ofertan verduras y frutas de la misma forma que originalmente se realizaba un siglo atrás.

Los turistas que traspasan los portones de fierro forjado que delimitan lo interior del barrio Mapocho, son rápidamente abordados por decenas de convincentes empleados de los más diversos locales de comida marina que abundan en los recovecos del Mercado.

El aroma del litoral inunda cada espacio. Diversas pescaderías y marisquerías se ubican en los costados más externos. Los gritos de los feriantes se mezclan con los cantores de boleros y tonadas chilenas que pasan de local en local recolectando monedas de los comensales.

Pailas marinas, ceviches, pescado frito, piures crudos, pan amasado, pebre y el inefable vinito blanco, son las estrellas de cada mesa. Como todo mercado de las ciudades latinas en que convive lo más variopinto de la fauna humana, el de Santiago no deja ser un lugar de asombro.

El Mercado Central fue declarado en 1984 como Monumento Nacional, pero más allá de esa categoría histórico-arquitectónica es patrimonio humano. En donde aún se respira el aire de pueblo que alguna vez tuvo Santiago y que a pesar de considerarnos casi desarrollados, se niega a morir.