El alerce (Fitzroya cupressoides), conífera a la que se le atribuye datas que van entre los mil y tres mil años de antigüedad, es el principal residente del valle de Cochamó y el aludido en el párrafo anterior. Dicho valle se inicia en la ribera del Estuario de Reloncaví, dónde se encuentra el poblado de Cochamó, aldea de pescadores asentada en la zona por más de un siglo y con evidentes características arquitectónicas chilotas y calles en pendiente.
Desde aquí comienza un trekking que se interna en más de cien años de colonización efectuada por esforzados y anónimos hombres que intentaron generar una ruta entre Argentina y el brazo de mar del Pacífico. De sus arrestos quedaron sólo pequeños senderos que se han convertido en uno de los circuitos “alternativos” más comentados entre los mochileros nacionales e internacionales que se acercan al cono sur.
Entre sus bondades no sólo se encuentran las 800 hectáreas de alerzales, también están las enormes montañas de roca granítica que se han convertido en imán de escaladores.
Escalando con Cóndores
Cuatro horas de caminata entre el bosque Siempreverde, cruzando ríos, arroyuelos y viendo las huellas del antiguo camino maderero abierto hace un siglo atrás, es la antesala del valle propiamente tal.
El sector de La Junta, al que se llega previo cruce en “carrito” por sobre el río Cochamó, ofrece un pequeño pero acogedor refugio de la empresa Campo Aventura desde dónde se pueden realizar una serie de cabalgatas o caminatas en los alrededores o rumbo a otras zonas del valle como son los poblados de Llanada Grande, Lago Vidal Gormaz, el Manso, el León o Segundo Corral.
Desde aquí la panorámica hace recordar el porqué Nacional Geographic realizó un hermoso documental de la zona hace tres años atrás en que los escaladores terminan durmiendo en las copas de los alerces.
La vista subyuga. No hay civilización, ni luz, ni poblados en horas a la redonda.
Los montes se elevan en todas las direcciones. Sus cumbres son sólo roca, mientras bosques de lengas y alerces van mezclándose en la zona intermedia, en alturas de 600 msnm en adelante.
El feroz silencio de la naturaleza provoca sentirse pequeño. Atrás queda el animal urbano.
Cada año llegan, en una peregrinación cada vez más constante, escaladores de todo el mundo a intentar abrir nuevas rutas en las montañas circundantes. Capicúa, La Junta, paredes Secas, La Zebra, Arco Iris, Elefante, Mini Frey, Laguna, El Monstruo, Walwalun y el afamado cerro Trinidad son las principales paredes a escalar que llegan a largos de hasta 1000 metros.
En el nivel internacional, el granito de Cochamó está en igualdad de condiciones con las del Parque Nacional Yosemite, en Estados Unidos, lo que ha llevado a los campeones mundiales de la actividad a experimentar la vertiginosa sensación de ir contra la gravedad en el sur chileno. La diferencia con el parque norteamericano reside fundamentalmente en que el acercamiento a dichas zonas de escalada implica, necesariamente, otro sacrificado trekking entre rutas no demasiado abiertas.
Así lo pudimos comprobar en el Cerro Arco Iris, desde cuyas alturas era posible divisar el estuario de Reloncaví, el valle Cochamó íntegro, las lengas tornándose en color rojo violento y el vuelo curioso, mágico y envidiable de una pareja de cóndores, habituales acompañantes de los exploradores de estas latitudes.
Bosque Histórico
Pocos metros más abajo se yerguen, gigantes, los alerces. Como espadas rectas que salen de la madre tierra, los troncos de varios metros de espesor alcanzan alturas de 30 a 40 metros. Esta conífera es de desarrollo extremadamente lento (su tronco crece un centímetro en espesor cada 15 ó 20 años) y puede alcanzar de 3.000 a 4.000 años, en los casos más conservados, constituyéndose en una de las especies más longevas del planeta.
Ubicados en escarpada laderas, su valor comercial alcanza los varios millones de pesos por especie debido a la nobleza de su madera que es prácticamente imperecedera.
La utilización también comprende a la corteza con la que los pescadores locales calafatean sus embarcaciones causando la muerte temprana del árbol sin necesidad de tumbarlo. Los peligros no cesan para la sobrevivencia de este añoso habitante del bosque, no sólo la ambición del hombre provoca su extinción, también el calentamiento global ha marcado un déficit de lluvia de la zona que está marcando el fin definitivo del ser vivo más antiguo de Sudamérica.
Junto con el alerce hay una variedad de especies vegetales entre las que se cuentan coigües, ulmos, arrayanes, mañíos, lengas, ñirres, canelos, lumas, lingues y laureles que componen los ecosistemas de la Selva Valdiviana y los bosques costeros templados lluviosos.
Su diversidad animal también es potente. Pumas, zorros, pudúes, cóndores, rayaditos, come sebos, fío fíos, chucaos o peuquitos, pueden ser fácilmente avistados, oídos, sentidos. Este lugar esta plenamente vivo y la incursión humana aún son contados con los dedos de la mano.