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Viaja y conoce Lago Leones

Agosto 29, 2016



La caminata al lago Leones, ubicado a unos 30 kilómetros al sureste de Puerto Tranquilo, se aventura por más de siete horas de trekking en parajes que han sido imán de montañistas, biólogos, geógrafos y aventureros de toda clase por ser la puerta a Campos de Hielo Norte, un verdadero mar de hielo que se extiende por centenares de kilómetros hacia el sur.

Lago Leones chile

Además cuenta con un atractivo adicional, el lago Leones también es el punto de partida para la escalada del macizo más alto de la Patagonia: el monte San Valentín (4.058 m.s.n.m). Basta interiorizarse un poco en esa historia oculta que abunda en varios rincones de Chile para darse cuenta del imán que ha significado esta zona cordillerana, inhóspita y totalmente natural durante casi un siglo.

Comparada en dificultad y clima con las alturas máximas de los Himalayas, la inestabilidad atmosférica de la zona hace pasar, en cosa de minutos, de los gélidos vientos provenientes de Campos de Hielos, con lluvias y granizos hasta un soleado día que hace pensar casi en un paraíso.

Algo de eso hay. Todo es parte de la aventura patagónica que, aún en estos tiempos de evidente tecnología mundializada, se puede seguir vivenciando en parajes en que el hombre sigue siendo un grano de arena en las profundidades de la portentosa naturaleza.

Pasos en la Inmensidad
En el papel una caminata de siete horas ya se ve dura. Sin embargo el soleado día funciona como buen presagio para el grupo y para Pascual Díaz, el guía local que nos introducirá en la zona.

Con él somos los únicos chilenos del trekking, casi una constante entre quienes quieren ver algo más de la Carretera Austral que no sean las clásicas postales. En una combi avanzamos desde Puerto Guadal al norte con el magnífico marco que entrega el Lago General Carrera, verdadero coloso hídrico de la región y la segunda cuenca lacustre más grande del continente.

Un pequeño letrero de madera indica la desviación hacia el lago Leones. La pericia automovilística de Pascual es puesta a prueba en un camino que mezcla arenas blancas colindantes al río y piedras de diversos tamaños.
Los bosques se elevan hasta las cimas de los montes que van encajonando el valle, mientras una serie de pequeñas casas de colonos, alejada en varios kilómetros unas de otras, son el único testimonio del paso del hombre por estos agrestes parajes.

En vehículo es imposible seguir avanzando con lo que las siete horas anteriormente mencionadas comienzan desde el costado de una abandonada cabaña.

Inmediatamente una breve pero empinada cuesta da la bienvenida al esfuerzo que significará este viaje. No es para menos, este sendero es el principal que recorren cada año un selecto número de montañistas que intentan hacer cumbre en el San Valentín, ascendido por primera vez por un grupo de siete escaladores del Club Andino de Bariloche en 1952, luego de múltiples e infructuosos intentos anteriores.

Hielo Adentro
Desde un monte que nos eleva sobre el valle alcanzamos a divisar la pared de hielo que está en la retaguardia del lago y que enfila hacia las alturas. Las expediciones que suben el ventisquero tienen dos opciones: Campos de Hielo o el San Valentín.

Pascual explica el ecosistema en el que nos encontramos. Un valle, obviamente, glaciar  con especies vegetales predominantes como la lenga y ñirre, representantes del bosque caducifolio de Aysén, vale decir que durante algunas temporadas en el año pierden sus hojas.

A ellas se suman notros, chilcos, calafates, chauras, pillo pillo, mañíos, coihues y canelos, entre los que resuenan una cantidad de cantos de aves en que destaca el fío-fío (Elaenia albiceps) que hace exactamente el mismo sonido con que está bautizado y las bandurrias o teros (Theristicus melanosis), el emblema de la Patagonia.

Enormes rocas, provenientes de un aluvión de 1999, dan una impresión de que somos miniaturas en los dominios naturales. Nada más acertado. Luego de horas dónde las cámaras y ojos no se cansan de lo prístino, un bosque en transición nos da la bienvenida a las puertas del lago.

El ventisquero Leones de casi un kilómetro de largo es el marco albo de las aguas dulces. El lago es de un color lechoso y con un abundante viento glacial. El grupo de belgas se disemina por los cerros colindantes como si el cansancio no existiera. Mientras otros nos acercamos a la desembocadura del Leones en el que el río homónimo y color mármol, se junta con el río Fiero, azuladísimo.

Si uno se mantiene en silencio, cosa nada difícil en estas lejanías, es posible escuchar el verdadero sonido de lo que se ha salvado del avance no sustentable del hombre. Solamente paz en un clima que se nubló antes de lo que uno pudo notar y que convierte a las montañas en oscuros telones. Luego de media hora es tiempo de volver, la caminata será nuevamente larga pero el cansancio acumulado tiene cuotas muy introspectivas de satisfacción. Todo visible en la cara de los demás.

La mía debe estar igual, aunque muchos de los pensamientos han quedado imantados en los silentes paisajes de la XI región. No es cuento nuevo lo mismo le ha sucedido a centenares de viajeros, que cada año y desde hace un siglo, peregrinan a uno de los últimos rincones más puros del planeta.