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Rutas turísticas : Energía de Parinacota

Octubre 31, 2016



Una micro azul se llena de pasajeros en el terminal internacional de buses en Arica. Es temprano en la mañana y los bolsos gigantescos con provisiones de los pasajeros comienzan a llenar en la parrilla del vehículo.

turismo-parinacota

“Visviri” indica el único cartel. Es el bus que hace el recorrido dos días a la semana al lejano hito tripartito, punto más al norte de Chile y que lleva a gran parte de la población campesina de la zona, esa gente que hace patria sin saberlo.

Una vez que comienza el viaje las sorpresas no cesan.

De Arica a Zapahuira
Avanzando unos pocos kilómetros la micro intercepta el camino que llevará hasta el destino prometido, es el camino internacional de Arica a La Paz. Comienza el valle de Lluta, franja de plantaciones en medio de cerros completamente áridos pero que guardan secretos. Como por ejemplo los geoglifos en las laderas circundantes entre los kms. 14 y 16 que son visibles desde las ventanillas ya que la velocidad del transporte público no es avasalladora.

Promediando los 45 minutos se halla Poconchile del cual se puede ver una hermosa iglesia que hace de antesala de lo que se observará más adelante.

Es tiempo de que el chofer de la micro demuestre su valía ya que se aproxima una cuesta gigantesca pero que da una esplendorosa panorámica hacia el valle en que es claramente notoria la diferencia entre el verdor de las plantaciones y los cerros ocres y totalmente pelados.

El espectáculo se completa mirando hacia el otro extremo del pasillo y ver sendos precipicios en medio de los cerros, que cercan el camino y donde, quién sabe por qué, hay un montón de neumáticos tirados y que seguramente nunca nadie los sacará.

Comienza a notarse la altura y mientras la casi totalidad del bus duerme, aparecen unos extraños cactus alargados, son los llamados “candelabros” que crecen en medio de la nada.

Dos horas de camino y el bus se estaciona para que la gente coma. Es Zapahuira, poblado cercano a Putre y que ofrece en su sendo cartel las informaciones precisas: Km 99 y 3200 metros de altura.

Hacia Parinacota
El camino se torna en subida y a medida que se pasan pueblos la gente va disminuyendo. Putre pasa como un manchón de casas en el fondo de un cañadón verde, mientras la marcha de ascenso continua impertérrita.

La naturaleza comienza una nueva mutación y el color ocre empieza a mutar en pigmentaciones verdes, azules y cafés. La vegetación es claramente de altiplano, a saber: chachacoma, chastudo, guacaya, tuna, perrito, yareta, paja brava, entre otras. Es un sinónimo inconfundible de que el viaje transcurre sobre los trabajosos 3800 metros de altura.

Otras muestras callan la boca del visitante: los primeras manadas de alpacas corriendo libres por los bofedales, pastos semi sumergidos de altura donde el herbívoros se alimentan.

Los cielos crean nubes únicas y oscurísimas, gigantescas y aparentemente tocables con la mano. Es la bienvenida a Parinacota.

Un Pueblo Único
No deben de haber más de 50 casas en todo el poblado dispuestas en forma semicircular y girando en torno a su iglesia, uno de los íconos del norte chileno.

El cielo amenaza con tormenta y el aire es helado y seco. Una de las posibilidades que tienes, si no  posees una carpa de alta montaña, es alojar en una de las casas de los pobladores, casi en su totalidad aymaras. Esto es una de las decisiones más convenientes porque se convive con una familia local, se conocen tradiciones e historias del lugar y se capean las tremendas heladas de la madrugada.

La apacibilidad del pueblo es única, aparte de las casas hay una escuela que se alimenta de energía solar y en que una decena de niños asisten diariamente. El paisaje se torna como en las películas: el cielo se transforma en un espectáculo de nubes y rayos de sol; las casas son bajas de adobe y las techumbres con paja brava; las pocas personas y sus caras morenas y curtidísimas por el sol de altura y los grupos de llamas y alpacas que circundan el territorio en los bofedales. Un espectáculo demasiado intenso.

Lo mejora todo si sube al pequeño cerro que se corona con una cruz, a un costado del pueblo, esto si la aclimatación lo ha permitido. Desde la cima es posible observar uno de los mejores paisajes en 360 grados del país, con el imponente volcán Parinacota de fondo nevado e imponente. Más atrás es posible divisar el Pomerame, que juntos son llamado los Payachatas, ambos encierran mucha mitología local y, desde antiguos tiempos, fueron cerros de peregrinación incaica.

El atardecer desde acá encierra un cúmulo de sensaciones vitales.

La Iglesia, los Gringos y el Asado
La noche sumerge a Parinacota en una oscuridad total, a excepción de los rayos que se visualizan sobre las montañas. Un clásico de la zona que he provocado más de una víctima humana o animal.

Este es uno de los relatos posibles de escuchar en el living-comedor-cocina de la casa de los anfitriones. Así mismo como las leyendas de los Payachatas tomando un tecito de chachacoma, planta especializada en aliviar las molestias de la puna. O una particular taza de café con pisco, especialidad del dueño de casa.

Al día siguiente la visita obligada es a la Iglesia, uno de los puntos más solicitados por el turismo que viene al pueblo en camionetas hiper modernas que contrastan con la rusticidad del lugar. Durante la mañana es posible observar montoneras de gringos que son llevados por los guías y que no se quedan por más de 20 minutos en Parinacota. Tremendo error.

Lo aconsejable es esperar que los visitantes se retiren. Con más tiempo y menos flashes es posible conocer el estrechísimo socavón que da al campanario y encontrarse ante un par de campanas antiquísimas.

Dentro del templo es otra la historia. Un alto techo, comparada con las construcciones aledañas, de barro y paja brava, corona una mezcla de estilos que hacen de este Monumento Nacional un lugar imprescindible en la bitácora viajera.

Los muros están totalmente pintados con dibujos que señalan imágenes bíblicas mezclados con figuras y temáticas zonales. Dentro de un cuarto aledaño a la nave central hay una muestra de los tesoros de la Iglesia con sagrarios de plata finamente adornados mientras al frente hay dos calaveras incrustadas en  la pared con coronas de papel sobre sus frentes. Puro sincretismo.

Frente al altar mayor está una de las leyendas vivientes de Parinacota: la mesa de la Iglesia. Dicho artefacto recorrió noches completas sin saber quién ni cómo se movía, lo cual no era un problema, hasta que se dieron cuenta que la mesa andaba sola y que siempre en la casa que se detenía ocurría una muerte. ¿La solución? La mesa está atada con una firme soga a un pilar de la Iglesia.

Saliendo de la edificación hay una serie de puestos que venden los típicos chalecos del altiplano, con sus gorros con orejas y las insuperables barritas de maní locales.

Si cayó en gracia en la casa donde lo cobijaron podrá disfrutar uno de los platos más exquisitos de la cocina en la zona: asado de alpaca. Sabrosa carne acompañada de papas y arroz, a la usanza de los pueblos andinos.

Termina la aventura con la micro que viene de vuelta desde Visviri por el polvoriento camino que une las localidades más extremas del norte chileno. Lugares inmersos en una naturaleza virgen y demasiado potente, llena de energías y misterios tan antiguos como sus habitantes. Una zona que se desconoce y que solamente alcanza para una pincelada en los clásicos tures. Hay que bajarse del auto, quedarse a mirar la imponente belleza de Los Andes sin apuros y sentir la calidez de su gente.
Parinacota, en micro y en 5 horas. Un lujo.