Seguramente poca gente ha escuchado respecto a una laguna enclavada en los 3500 metros de altura en la cordillera de la IV región, inmersa en montañas asombrosamente hermosas y de los más variados matices. Más aún que dicha formación de agua fue construida por el hombre alrededor del año 1935 para abastecer a las mineras que se encumbraban en los faldeos cordilleranos en busca de las riquezas de la tierra.
Todo muy cerca del Valle del Elqui, el cuál parece haber acaparado toda la atención turística, dejando estos parajes a los escasos visitantes que se atreven a cruzar la carretera 41 que une a La Serena con Argentina.
Hacia Los Cerros
La invitación a ver una de las tantas maravillas que esconden Los Andes fue cursada por Turismo Lancuyén, grandes colaboradores del descubrimiento de nuevas rutas en la IV región. La cita fue en Vicuña, el poblado de la Mistral y muy de mañana la camioneta enfila hacia el oeste.
La ruta transita por los clásicos poblados previos al cruce hacia Paihuano, donde deben doblar el 90% de los vehículos hacia el Elqui. Una vez pasado el desvío los cerros comienzan a encajonar el camino, mientras el verdor de viñedos que parecieran no acabar copa la vista y los faldeos de cada cerro en una muestra constante de desafío a la gravedad. Pero no sólo de uvas se alimenta este primer tramo ya que paltas y cítricos también se encuentran plantados en la zona.
Pueblos como Varillar, Chapilca y Huanta cruzan velozmente la mirada del espectador mostrando lugares tranquilos y con pocos habitantes en medio de montañas que crecen a medida que pasan los kilómetros.
De hecho, aparecen cumbres que sobrepasan los cuatro mil metros de altura como el cerro El Infiernillo (4450 mts) y el cordón montañoso denominado Del Tilo. Todo como una breve sinopsis de lo que aparecerá más adelante.
La Aduana y el Río
Pasado Huanta el camino muta de pavimento a tierra y curvas, muchas curvas, por lo cuál la pericia del conductor es un plus importante. Sin embargo nada de eso empaña el gran espectáculo que ofrece la cordillera y el río Turbio que baja con un gran caudal de agua verdeando las riberas. Varios cañones aparecen y entre giro y giro aparecen zonas en donde hay que bajarse del auto a fotografiar la magnificencia natural. Mis anfitriones me dicen: “Esto no es nada comparado con lo de más arriba”. Gran promesa.
Han transcurrido casi 100 kilómetros desde el inicio del viaje y nos aprestamos a llegar a Juntas del Toro, zona fronteriza en que se encuentra la Aduana (que funciona solamente en temporada veraniega) en vías de reconstrucción y un Retén de Carabineros. Sumamente amables los uniformados, como casi todos los que cumplen labores en zonas no estresantes como las ciudades, solamente solicitan los datos de los pasajeros y dan algunas recomendaciones.
Junto con la continuación de la ruta internacional avanza un nuevo afluente: el río de La Laguna. Hacia su nacimiento vamos.
Sencillamente el paisaje se vuelve conmovedor, los cerros en los que generalmente hay nieve aún se mantienen sin el blanco hechizo por lo que los colores de cada uno se vuelven potentes. Cafés, verdes, dorados y rojizos, se muestran en un carrusel cromático que se combina montaña tras montaña, mientras el río desciende cadencioso.
Transcurridos unos seis kilómetros aparece el pueblo abandonado Nueva Elqui, antigua minera que fue creada con capitales extranjeros. Hay vestigios de edificaciones que poblaron la zona en las primeras décadas del siglo XX y que hoy son mudos testigos de la historia de las pasadas extracciones que buscaban oro, plata y cobre que, por la presencia del arsénico en los yacimientos, no pudo continuar.
Una Laguna en el Techo de Los Andes
La ruta es magnífica y nos envuelve en un profundo silencio. La majestuosidad de Los Andes se encuentra aquí.
Hemos avanzado cerca de 200 kilómetro y encontramos premio a la búsqueda ya que luego de una gran cuesta que nos eleva hasta los 3.500 metros de altura se abre ante la vista un espectáculo azul que rompe los sentidos: el tranque La Laguna.
La construcción de esta espectacular obra se debió a la necesidad de agua para las faenas mineras de Nueva Elqui y mejorar el regadío de la zona. Fue iniciado en el año 1925 por la empresa alemana “Ulen”. Los trabajos fueron suspendidos por una crisis del año 1930 para ser retomados años después por el Ministerio de Obras Públicas. Participaron en la obra hombres como Julio Fernández, Raúl Estay Briones y Felipe Neder.
Una verdadera epopeya de la construcción ya que todos los materiales debían ser traídos a lomo de mula desde Rivadavia en un viaje de varios días. El resultado es un tranque de siete kilómetros de largo, con 35 millones de metros cúbicos de agua y de unos 50 metros de profundidad.
Completamente azul, entre cerros multicolores, la ilusión la completa una centena de patos que adoptaron la laguna como hábitat regular.
El camino internacional la bordea en su totalidad y al llegar a sus inicios se ve como pequeños afluentes de los ríos bajan hacia el lago, en medio de sus congeladas riberas. Mucho frío y un sol que quema la piel. Eso lo deben saber bien los cabreros trashumantes que tienen sus refugios en la zona. Vienen en verano con su ganado caprino en búsqueda de pastizales inmersos en la abultada inmensidad de los cerros.
El lugar es magnífico, el viaje es completo y la sensación de paz absolutamente indescriptible. A pocos kilómetros de La Serena, se abre un mundo desconocido al que solamente llegan extranjeros o quienes viajan hacia Argentina. Una zona para tomar en cuenta cuando viaje a la potentísima IV región.