O se le ama o se le odia. Poca gente queda indiferente ante la afamada San Pedro de Atacama, ciudad que hace de puerta al desierto homónimo, el más árido del mundo, y que desde hace unas décadas se ha convertido en lugar de peregrinación de mochileros nacionales e internacionales.
¿El por qué? Este oasis desde hace 11 mil años A.C se transformó en un referente de las culturas originarias americanas de esta latitud. Los atacameños hicieron de estas tierras zonas cultivables por la ventaja del río San Pedro que aún verdea el valle y que mantiene inalterable la tradición agrícola en la zona.
Tradiciones milenarias que se enriquecieron en cuanto a su cosmovisión con la llegada de los incas en 1450 y noventa años después, llegó la mano occidental a bordo de caballos y españoles.
Vestigios arqueológicos en varias zonas geográficas adyacentes al pueblo se contrastan con su patrimonio vivo: los descendientes atacameños que aún regentan San Pedro pero que se ven en menor número ante la avalancha de turistas internacionales que cada año arriban a las calles de tierras y casonas de adobe que caracterizan al lugar.
Rodeado de Naturaleza
Sólo hay que poner un pie en San Pedro para darse cuenta la razón del crecimiento de su fama. El imponente paisaje que rodea a al lugar tiene una presencia tutelar: el volcán Licancabur, con su cumbre cónica y más de 5916 metros sobre el nivel del mar. Es uno de los 8 volcanes que rodean a San Pedro y que enmarcan al desierto de Atacama en conjunto con la cordillera de la sal y la cordillera de Domeyko.
El poblado atacameño se rodea de zonas que se han hecho un nombre propio dentro del itinerario turístico: el Valle de la Luna, el Valle de la Muerte, la laguna Cejar, las Termas de Puritama, el salar de Atacama, los géiser del Tatio, etc.
Las opciones se han multiplicado debido al interés foráneo. Es por ello que en conjunto a toda esta riqueza natural que ofrece el desierto se han multiplicado hoteles, restaurantes y agencias de viajes que han reestructurado la cara del antiguo poblado atacameño.
El Legado de Le Paige
Ha cambiado San Pedro. Hay más bicicletas, perros y gringos. Hay menos atacameños. Sin embargo mantiene ese magnetismo tan difícil de definir pero que ha provocado una migración constante de gentes de otras latitudes a este punto en el desierto.
Uno de estos viajeros que se quedaron fue el sacerdote jesuita belga Gustavo Le Paige, quién llegó el año 1955 para ser el cura párroco de San Pedro. No sólo ofició de guía espiritual, también generó un potente lazo al reconocimiento del patrimonio milenario atacameño a través de la recolección de material arqueológico en antiguos asentamientos indígenas o en cementerios prehispánicos que eran saqueados por guaqueros.
Fue en 1957 en que el actual museo arqueológico de San Pedro comenzó a formarse al usarse la casa parroquial con los descubrimientos de Le Paige y compañía. En 1963, la Universidad Católica del Norte se suma al proyecto y entrega un galpón que se transformó en el primer pabellón del actual museo que lleva el nombre de su fundador.
Ubicado en las cercanías de la plaza de armas, este punto es dónde se puede vivenciar el mote de capital arqueológica de Chile, que detenta San Pedro. El museo cuenta con más de 450.000 objetos arqueológicos y 100 objetos etnográficos, destacándose la colección de momias en la que la denominada “Miss Chile” se lleva la mayor parte de las fotografías con sus 2500 años de antigüedad.
La Iglesia y el Poblado
La gracia de San Pedro es que no hay que caminar demasiado para conocer bien sus recodos. El casco central del pueblo consta de una decena de manzanas y a pocos metros del Museo se ubica la Plaza de Armas con sus añosos pimientos. Un oasis dentro del oasis, acá está la mejor sombra de la ciudad.
Alrededor de la plaza se ubican el retén de carabineros, las dependencias municipales, el correo, la oficina de información turística y la blanca iglesia comunal. Afamada por centenares de postales, su estampa es característica de los santuarios altiplánicos: un alto campanario distintivo y un templo que lo acompaña.
De completa blancura por fuera, la iglesia de San Pedro tiene una historia larga, como casi todo por acá. Aunque su fundación es desconocida hay un dato histórico que la sitúa como parroquia en 1641. Sus muros han sido reconstruidos sucesivamente con el paso de los siglos. En su interior destacan la techumbre interna hecha de troncos de cactus y unidas con barro, además de imágenes sacras de San Pedro que mezclan la tradición católica con la cosmovisión altiplánica. Es Monumento Nacional desde 1951.
Hay que darse una vuelta por el Cementerio con sus tumbas decoradas con flores de papel o ir a refrescarse al Pozo 3 con su piscina de agua templada a 23º Celsius. Recomendable es salir a pasear y perderse por las calles sanpedrinas y vivenciar la arquitectura de un nivel, con paredes de adobe y muy bien conservadas. Antiguas casonas que han dado paso a prestadores de servicios turísticos y que han motivado que el centro del pueblo sea un constante paseo de viajeros.
Sí, Caracoles
La calle principal de todo el trajín turístico es la afamada “Caracoles”, epicentro diurno y nocturno de la oferta gastronómica y de bares en San Pedro. A pleno sol se encuentran desde lugares para almuerzo, de lo módico a lo top, además de una serie de oficinas de ventas de tures que arriendan sandboards y bicis, todo mezclado con algunas tiendas con souvenirs. Se encuentran también las infaltables panaderías y locales de abarrotes que le dan un aire más amable a la calle.
Es común ver a los turistas pasear con tranquilidad por esta peatonal. Es en la noche cuando la actividad se intensifica. Todos los que anduvieron de viaje en las cercanías han vuelto a San Pedro.
Lugares emblemáticos como La Estaka o La Casona están con mesas llenas, mientras la música (siempre internacional) sale de cada lugar. Es obvio que la suma de gente y noche conlleva “todo” lo que se podría encontrar en cualquier otra zona turística. De lo bueno y de lo malo.
Por ordenanza del consejo atacameño los locales cierran a las 3 AM. Pero si se quiere seguir la juerga hay que averiguar dónde será la fiesta. Esta especie de “after” siempre cambia de lugar y son, por lo general, casas privadas. Conviene ir bien “dateado”. Una vez dentro es dónde se respira otra de las caras de “San Peter”
Todos estos factores en su conjunto son decidores. Si lo convence el estilo San Pedro no le costará nada alargar la estadía. En caso contrario el desierto es amplio y existen aún una serie de poblados en que la máquina turística aún no llega en plenitud y se sigue respirando la misma tranquilidad milenaria que ha hecho afamada a esta zona de Chile.