El Melocotón, ubicado a 35 kilómetros de Santiago, es un pueblo de tranquilos habitantes solamente sobresaltados por la gran cantidad de automóviles que transitan la carretera en fin de semana buscando un lugar en una de las áreas naturales más populares de la Región Metropolitana.
Son las diez de la mañana y en la casa de la familia Órdenes se preparan los caballos con que recorreremos el sendero cordillerano que nos llevará al “Chorrillo del Almacén” a unos 2500 metros de altura.
La ruta corresponde a una nueva oferta que brinda la francesa Sandra Meynard, creadora de Kawell Expediciones (kawell: “caballo” en mapudungún), y que se ha especializado en grandes travesías por la cordillera nacional desde hace tres años. El día está estupendamente soleado para ser otoño. Un buen augurio antes de montarnos en los equinos y lanzarnos a una aventura repleta de paisajes bellos y unas buenas dosis de emoción.
Hacia las Alturas
“Confío más en cuatro patas que en dos ruedas”, es la primera frase que suelta una de las invitadas a la cabalgata. Puede ser. Los caballos chilenos, raza en la que estamos viajando, poseen características que los hacen sumamente aptos para la montaña. Además del hecho que pertenecen a una familia de arrieros y el camino lo conocen casi de memoria.
Aún así a medida que vamos subiendo es imposible obviar la altitud que vamos adquiriendo en el tranco seguro del animal. Treinta minutos atrás dejábamos las plantaciones del Melocotón Alto y, sin darnos cuenta, ente curva y curva del sendero nos encaramábamos en las entrañas montañeras.
La ruta es para gente que entiende algo de cabalgatas o que tiene un estado físico apto para el esfuerzo o, por último, que no le tema a la altura. Este concepto final se transforma en una constante del ascenso ya que se bordean grandes precipicios que los animales sortean como si fuera lo más fácil del mundo.
Con tal piloto es imposible no observar, en la cadencia de la marcha, los hermosos cortes verticales de los cerros que evidencian el pasado geológico de la zona originado por un glaciar.
En el fondo de la cañada corre el estero Las Cucas verdeando todo con árboles de mediana altura, mientras a nuestro paso la vegetación se pone más espinosa y cactácea. Aparte del sonido de los pasos del caballo lo único que se escucha es el viento y el canto de los pájaros.
Todo idílico hasta llegar a la parte más técnica de la subida: La Petaca. Grandes pendientes y una zona de piedras que provocan que uno tenga que tener toda la fe posible en el caballo y, aparte, mantener un buen agarre de piernas y riendas. Prueba superada por todos los participantes (el ego sube tras esto), sigue un tramo a pie y finalizando la zona más riesgosa del camino.
Un descanso para todos, mientras sentimos el resoplar de los caballos acusando el esfuerzo del ascenso.
El paisaje nos envuelve. La potencia de las montañas, la soledad y el día perfecto hacen sentirse afortunados.
El Chorrillo del Almacén
Tras dos horas llegamos a nuestra meta. Una pequeña explanada en el último tercio de las altas cimas circundantes nos da la bienvenida mientras el mentado chorrillo cae de una altura de casi 15 metros desde donde estamos.
El nombre de las aguas corresponde, según indica Claudio Órdenes, nuestro guía, a que en invierno la cascada se congela y quedan formadas casi como unas grandes velas… como si fuera un almacén.
La zona es habitualmente utilizada para el pastoreo de animales en temporada de invierno por la gran cantidad de pastos que surgen debido a la cercanía de las aguas. Nuestros caballos son soltados de sus monturas y así, libres, se entregan a comer a destajo y a la recuperación de fuerzas.
Nosotros igual, cortesía de Kawell, almorzamos ensaladas, huevos y unos sándwiches. Es hora del descanso y de observar el poderoso paisaje que redescubre y define al Cajón del Maipo que, desde las alturas, se vuelve asombrosamente hermoso y nuevo.
Bajando al Melocotón
A eso de las tres de la tarde ya estamos todos completamente repuestos. Es hora de irse. En el horizonte una especie de nubosidad baja comienza a cubrir el fondo del valle, mientras que a nuestra altitud (2500 m.s.n.m) el sol brilla en todo su esplendor.
Comienza el tradicional proceso de poner las monturas y ajustar las cinchas. Una vez arriba de los caballos, el descenso comienza.
Ahora, claro, la cosa cambia: la disposición del cuerpo es otra (más cansada), los músculos que funcionan son diferentes (sobre todo las rodillas) y la gravedad influye notoriamente. Hay que encomendarse nuevamente a la nobleza del animal.
Ahora la perspectiva se abre sobre el valle dejando la impresión de que uno podría volar desde acá para llegar más fácil, pero no. Cada vuelta del camino hace pensar en la canción emblemática de Manns y su “Qué sabes de cordillera, si tú naciste tan lejos”. Estamos lejos de la ciudad y lejos del suelo que, en ciertos cortes, son precipicio puro.
Pero las cuatro patas son más confiables de lo que la cultura civilizada y postmoderna nos podría hacer creer. La adrenalina está a tope. Sin embargo, la majestuosidad del paisaje y la sensación de andar en lugares poco habituales hacen pagadero el trance.
Antes del ocaso llegamos al cerro El Puño, donde durante un breve descanso vemos morir el sol, mientras la huella se vuelve más nítida en su serpenteante caída.
Avanzamos y comienzan a oírse los sonidos familiares de perros y automóviles. Hemos vuelto al Melocotón cuando ya cae definitivamente la noche. Las cabalgaduras apuran el paso solitas presintiendo la cercanía de sus corrales y el cansancio se hace notorio en las piernas del jinete inexperto.
Una vez en la casa de los Órdenes, el abuelo y patriarca nos pregunta con picardía de cómo estuvo el viaje: “Buenísimo”, es la respuesta. De premio hay pan amasado recién horneado. Con el sabor del campo y de trajín del camino arriero finaliza la jornada. Un día normal para quienes por años han hecho de este estilo una forma de vida; un día gigante y lleno de emoción para el visitante que se asoman a las alturas y cultura de la cordillera del Maipo.
Texto y Fotografías: Jorge López Orozco
DATOS UTILES
• Cabalgata en el Maipo: Dura alrededor de 6 horas entre ascenso, descanso y bajada. Es indispensable tener experiencia en cabalgata o un físico apto. Llevar ropa de abrigo y bloqueador solar. Agua, comida y seguro contra accidente corren por parte de Kawell. Conviene reservar con anticipación.